martes, 27 de mayo de 2014

MEMORIAS RUSTICAS 20
VILLANUEVA EN LOS AÑOS CINCUENTA


En 1959 ocurrió nuestro primer viaje a Córdoba, al Instituto Góngora, para el examen de Ingreso y Primero, como alumnos libres. Pero iban más cursos. Sería primeros de junio. Fuimos por Pozoblanco, en el coche de línea. El único recuerdo fue la parada en el Balneario de Villaharta, además de todo el trayecto de jaleo y cantando: Para ser conductor de primera, de primera, /  con el vino se engrasa la biela / y se suben las cuestas mejor…. O se cantaba “La ovejita Lucera”, que de campanillas / le he puesto un cóllar…”, un temazo de entonces (de Pepe Mairena). Llevábamos la cartera con libros, alguna cosilla de aseo, y creo que la fiambrera, con la típica tajada de lomo en pringue. Con nosotros, entre algún otro, iba D. Pedro Moreno, una gran persona. Todo era impresionante: la llegada a Córdoba, al Paseo de la Victoria, Las Tendillas, y el aterrizaje en la Pensión “Mazo”, en la calle Pompeyos, 2, de Bartolomé Torralbo (hno. del maestro que mataron en Las Almagreras, en 1948). Hace poco bajé por esta calle, la fachada está igual, y recordé las estancias en la célebre pensión, auténtica “Casa de la Troya”. En la planta baja, el típico patio cordobés, con columnas, macetas, y un tímido surtidor en el centro. En la primera planta estaban los dormitorios. Apenas se dormía allí. Todo era revuelo y bulla, en la que, recuerdo, destacaban Mateo Torres y Bibiano Buenestado, entre algún otro. Pero estos dos no se me olvidan. Intentar repasar algo en los libros resultaba imposible. El primer despertar en Córdoba era un horizonte de campanas, próximas y lejanas. Córdoba despierta siempre entre campanas. Las más próximas eran las de una iglesia grandota, circular, que hay en la Plaza de la Compañía… y por las calles, la voz cansina de los vendedores de tortas y buñuelos.

         Bajamos los revoltosos al comedor, en el patio de la planta baja. El desayuno: café y las típicas tortas cordobesas, un poco raras. El agua de Córdoba también sabía raro. A continuación, la gran cita en el Instituto Góngora, en la Plaza de Las Tendillas, con bastantes nervios, a rendir cuentas de todo un año en tres días. Y allí nos dejamos caer toda la pandilla de Villanueva, a las nueve de la mañana.  Recuerdo aquel eminente Instituto, de tanta historia, hasta hoy, con su patio en el centro. Lo primero era el examen de Ingreso (dictado y alguna otra simpleza). Luego, las asignaturas de Primero. A la izquierda, planta de arriba, fue el terrible examen de Lengua Española, con la terrorífica catedrática Luisa Revuelta, que daba calabazas al 80 % de la gente. La Revuelta desfilaba por el pasillo como un sargento chusquero. De pronto, se daba media vuelta, para pillar a alguien copiando. La gente temblaba. Parece que estoy viendo aquel examen. Había que analizar oraciones simples, y salió alguna pasiva refleja, como “se vende piso”, que casi todos pusieron impersonal, pero es pasiva refleja, porque tiene sujeto paciente: “piso”.  Acerté ésta y otras cosas, pero al final, como había que ir con el puñetero tintero de tinta china y el plumín, me manché la mano de tinta y puse la manaza sobre el examen. Me quedé aterrado, pero aprobé. Otro examen espantoso era el de Ciencias Naturales, con otro ogro, que era el Sr. Cabanás. Todos lo temían, pero logré pasarlo. El examen de Gimnasia era en la planta baja, a la derecha. Allí había artefactos: el potro, el plinto, la soga, etc. Creo que sólo me pusieron a hacer una tabla de gimnasia. Si me echan al plinto, me quiebro la cabeza.
         Todo esto ocurría en dos días o poco más, que transcurrían de la pensión al Instituto y viceversa. Y llegó el inolvidable examen de Geografía, que era mi fuerte. Examen oral. Planta baja a la derecha. Nos acompañaba D. Pedro Moreno. Nos pusieron en fila, delante de la mesa del catedrático. Y allí se las veía y deseaba cada uno como podía. Hasta que pasa el que yo tenía delante (tantum peccatum, non peccatorem). Y le preguntan ríos. Respuesta: “No lo sabe” (sic). Montañas: “No lo sabe”. Yo me rebullía y sublevaba. Comarcas: “No lo sabe”. Y me tocó a mí. Recuerdo preguntas y respuestas. “Ríos de la vertiente mediterránea”: Ter por Gerona, Francolí por Tarragona, Ebro y Mijares por Castellón, Turia por Valencia… Respondía como una ametralladora. Luego, “comarcas”, “montañas”, y por último “poblaciones de Murcia”: Yecla, Jumilla, Mazarrón y Caravaca… El catedrático miraba a D. Pedro Moreno. Este asentía con la cabeza. Y yo allí, charlatán, a los 12 años. Visto para sentencia.
         Aquellos niños jarotes, catetillos, descubrimos ¡los helados de Las Tendillas!, la heladería La Flor de Levante (Hay otra en la esquina de arriba, David Rico). Acostumbrados a los modestos helados de Sabino, de hielo picado con gaseosa, encontrarnos aquellos finísimos helados de Las Tendillas: todo un descubrimiento. Las cuatro perras que llevaba me las gasté en helados. Y siempre que vuelvo por Córdoba, si puedo, rindo tributo a estos helados de la infancia.

         Luego, en el pueblo, hubo que volver a los helados de Sabino, nuestro kiosquero de siempre. Se llamaba Sabino Ayala Calle, con su típico puesto de chucherías en la esquina Plazarejo/P.Llorente. En los últimos tiempos, ya muy modernizado, acabó al lado de la torre. Y aquí cayó un día muerto, a los 59 años (20-7-1991). Un buen hombre, símbolo de nuestra infancia. El chiringuito lo fundó su padre Alfonso, un maestro albañil, que se quedó casi ciego por accidente. Sabino y su madre María le sucedieron en el “negocio familiar”. Vivían en la calle San Bernardo, 16, y pasaban cada día por mi calle, con el chiringuito de ruedas y el carrito del helado.
         Cuando regresamos de Córdoba, sin tiempo para vacaciones, enseguida me llevaron al campo, a las habituales faenas de verano. Un rabiaero. A los pocos días, mi padre vino del pueblo y me trajo las notas. Estábamos en la era, y me las entregó, un tanto burlón. Se veía que D. Pedro le había hablado bien. Las notas resultaron un éxito para el catetillo campesino: todo el curso aprobado y matrícula de honor en Geografía; luego, caerían otras. La verdad es que siempre fui buen estudiante. No es vanidad, y menos a estas alturas. Además sería inútil aparentar lo que no se es, porque Villanueva nos tiene a todos catalogados, sin escapatoria. Los que aparentan lo que no son (snob), suelen quedar en evidencia. En fin, la necesidad y tantas obligaciones me espabilaron, por la cuenta que me traía.  Nunca fui de los andaban a la zum-pan-zún.
         En el curso siguiente, 1959-1960, la Academia de la calle Cañuelo se trasladó al lado del Teatro Variedades, al salón de D. Ricardo Higuera “Molaera”, según veremos.
         FOTOS: 1ª Foto, Sabino Ayala, el kiosquero de nuestra infancia. 2ª Foto, el Instituto Góngora, de Córdoba, donde estudiamos el Bachillerato Elemental, como alumnos libres (Foto de 2012). Errata: En el núm. anterior, en los pies de fotos, donde dice Ernesto Camacho, debe decir Ernesto Gañán.
                                                                       Francisco Moreno Gómez
                                                            (fmorenogom@yahoo.es)



No hay comentarios: