miércoles, 28 de octubre de 2015



EDITORIAL
El domingo 18 de octubre, los católicos celebrabamos en todas las parroquias del mundo el día del Domund, la Jornada Mundial de oración, y también de donación económica, por y para la Misiones. El lema elegido para la celebración de este año ha sido, Misioneros de la misericordia, y este nos permite descubrir que la pasión y la entrega de todo misionero tiene su origen en el seguimiento a Jesucristo.
Decimos celebramos porque sin duda es para celebrar que unos trece mil misiones españoles están repartidos por todo el mundo, y eso a pesar de la gran indiferencia religiosa y de la secularización galopante de nuestra sociedad de hoy.
Muchos de estos misioneros son cristianos laicos dedicados a la evangelización lejos de nuestras fronteras. Estos hermanos nuestros comparten con los habitantes de aquellas tierras todo, las penas, las esperanzas y las tristezas, y se ofrecen a ellos con el gozo del amor, el gozo que en ellos produce el darse por entero por amor.
Estos misioneros no hacen otra cosa que poner en práctica la clave para anunciar el Evangelio de Cristo. Como decíamos antes comparten con ellos todo, sus trabajos, su vida… todo, y, después de dar ese testimonio de generosidad, de fraternidad y de solidaridad, anuncian a Jesucristo, dan a conocer al que dio la vida por todos los hombres por amor.
Por eso los católicos que estamos aquí tenemos que apoyar, aunque solo sea con nuestra oración y nuestra ayuda económica, a estos hermanos nuestros que son la mejor marca de cada una de nuestras parroquias y el mejor testimonio de que la felicidad y la verdadera alegría no se encuentran en la búsqueda de nuestro interés propio, sino en salir de nosotros mismos y en la donación de nuestra vida, desde la apertura del corazón a los hermanos, y por eso son el ejemplo más vivo del Evangelio.
En relación con este tema de las misiones, sería bueno recordar y reflexionar sobre la necesidad de evangelización de nuestro mundo desarrollado, de alto nivel tecnológico y de vida, y que cuanto más rico es más pobres hay en el tercer mundo. Mundo que ha olvidado a Dios y que ha convertido al dinero, al poder y al placer en el nuevo “dios” a seguir, como dice el Papa Francisco “el fetichismo del dinero”. Un mundo que tiene ahora un nuevo becerro de oro que adorar, el dinero, las riquezas, el tener más… que ha convertido a la economía en una falsa religión que funciona con sus propios dogmas, porque no es una economía (una religión) que sirve a las personas, una economía antihumana con unos postulados que nos lleva a ser cada vez menos humanos, y a “sacrificar” personas para mantener el nivel económico, como también dice el Papa Francisco “una economía que mata”, porque para ello, para mantener ese nivel económico,  rechaza a quienes pasan hambre y son pobres, y no los quiere cerca. Porque en este mundo desarrollado también hay pobres y  que pasan hambre muchas personas.
Sería bueno que surgieran evangelizadores en este mundo desarrollado, autosuficiente en el saber y en el saberse poderoso, que anunciaran el Evangelio, el de “no podéis estar al servicio de Dios y el dinero” (Mt. 6, 24), una regla que no es nueva sino totalmente evangélica.
Es preciso evangelizadores valientes que anuncien a Jesucristo, su doctrina y su mensaje de amor, ante una sociedad y unas instituciones que nos obligan, por su propia dinámica económica, a comportarnos de una manera egoísta o a faltar al amor a las personas que tenemos cerca, sin darnos cuenta que estamos faltando a la norma cristiana y evangélica del amor.
Dice el Evangelio, “misericordia y justicia quiero, y no sacrificios”, dos postulados perfectamente válidos para esta evangelización de nuestro mundo desarrollado.

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