EDITORIAL
El domingo 18 de
octubre, los católicos celebrabamos en todas las parroquias del mundo el día
del Domund, la Jornada Mundial de oración, y también de donación económica, por
y para la Misiones. El lema elegido para la celebración de este año ha sido,
Misioneros de la misericordia, y este nos permite descubrir que la pasión y la
entrega de todo misionero tiene su origen en el seguimiento a Jesucristo.
Decimos
celebramos porque sin duda es para celebrar que unos trece mil misiones
españoles están repartidos por todo el mundo, y eso a pesar de la gran
indiferencia religiosa y de la secularización galopante de nuestra sociedad de
hoy.
Muchos de estos
misioneros son cristianos laicos dedicados a la evangelización lejos de
nuestras fronteras. Estos hermanos nuestros comparten con los habitantes de
aquellas tierras todo, las penas, las esperanzas y las tristezas, y se ofrecen
a ellos con el gozo del amor, el gozo que en ellos produce el darse por entero por
amor.
Estos misioneros
no hacen otra cosa que poner en práctica la clave para anunciar el Evangelio de
Cristo. Como decíamos antes comparten con ellos todo, sus trabajos, su vida…
todo, y, después de dar ese testimonio de generosidad, de fraternidad y de
solidaridad, anuncian a Jesucristo, dan a conocer al que dio la vida por todos
los hombres por amor.
Por eso los
católicos que estamos aquí tenemos que apoyar, aunque solo sea con nuestra
oración y nuestra ayuda económica, a estos hermanos nuestros que son la mejor
marca de cada una de nuestras parroquias y el mejor testimonio de que la
felicidad y la verdadera alegría no se encuentran en la búsqueda de nuestro
interés propio, sino en salir de nosotros mismos y en la donación de nuestra
vida, desde la apertura del corazón a los hermanos, y por eso son el ejemplo
más vivo del Evangelio.
En relación con
este tema de las misiones, sería bueno recordar y reflexionar sobre la
necesidad de evangelización de nuestro mundo desarrollado, de alto nivel
tecnológico y de vida, y que cuanto más rico es más pobres hay en el tercer
mundo. Mundo que ha olvidado a Dios y que ha convertido al dinero, al poder y
al placer en el nuevo “dios” a seguir, como dice el Papa Francisco “el
fetichismo del dinero”. Un mundo que tiene ahora un nuevo becerro de oro que
adorar, el dinero, las riquezas, el tener más… que ha convertido a la economía
en una falsa religión que funciona con sus propios dogmas, porque no es una
economía (una religión) que sirve a las personas, una economía antihumana con
unos postulados que nos lleva a ser cada vez menos humanos, y a “sacrificar”
personas para mantener el nivel económico, como también dice el Papa Francisco
“una economía que mata”, porque para ello, para mantener ese nivel
económico, rechaza a quienes pasan
hambre y son pobres, y no los quiere cerca. Porque en este mundo desarrollado
también hay pobres y que pasan hambre
muchas personas.
Sería bueno que
surgieran evangelizadores en este mundo desarrollado, autosuficiente en el
saber y en el saberse poderoso, que anunciaran el Evangelio, el de “no podéis
estar al servicio de Dios y el dinero” (Mt. 6, 24), una regla que no es nueva
sino totalmente evangélica.
Es preciso
evangelizadores valientes que anuncien a Jesucristo, su doctrina y su mensaje de
amor, ante una sociedad y unas instituciones que nos obligan, por su propia
dinámica económica, a comportarnos de una manera egoísta o a faltar al amor a
las personas que tenemos cerca, sin darnos cuenta que estamos faltando a la
norma cristiana y evangélica del amor.
Dice el
Evangelio, “misericordia y justicia quiero, y no sacrificios”, dos postulados
perfectamente válidos para esta evangelización de nuestro mundo desarrollado.
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