viernes, 28 de marzo de 2014



EDITORIAL
Todos debemos coincidir en que en toda la historia de nuestra democracia, que no es muy larga que digamos, nunca como en los últimos tiempos de ella se nos ha llenado tanto la boca de veneración y halagos hacia este sistema de gobierno.
Entendemos que esto tiene un peligro, peligro que se ha convertido en un hecho real, en una situación que se está produciendo cada vez más. Este tanto halago y veneración hacia la democracia han llegado a corromperla. Tenemos que reconocer que la corrupción aflora cada día más entre los políticos, de todos los signos, que nos gobiernen y lideran los partidos, esos mismos políticos que en sus mítines, discursos o charlas invocan la democracia de forma maniaca y casi idólatra
Creemos haberlo dicho otras veces en esta editorial, y aunque esta apreciación de la democracia no agrade a estos mismos que la veneran (hipócritamente entendemos), volvemos a repetirla, la democracia, en nuestro país y en los últimos tiempos, se ha convertido en una dictadura del que más votos tiene, ¿o no? En nombre de la democracia se puede hacer todo, esto está más que demostrado, y además en muchos casos con toda impunidad y con protección jurídica
Nos podemos preguntar, ¿por qué está ocurriendo esto? La repuesta es porque detrás de esta exagerada idolatría hacia la democracia “se esconde una galopante degeneración que amenaza con convertir la democracia en tiranía” (Juan Manuel de Prada). En nombre de los votos otorgados se cometen auténticas corruptelas y muchas, como decimos antes, impunemente, porque en esta democracia corrupta y degenerada en la que vivimos, o con la que se nos ¿gobierna?, los derechos de las personas pueden ser manejados al antojo de quienes mandan y los deseos de estos, por muy bestiales que sean, pueden estar amparados por la justicia. En una palabra se ha llegado a pervertir el concepto de “derecho”, y detrás de esta perversión aparecen los caprichos y antojos de los políticos, las corrupciones, el uso fraudulento del dinero de todos en detrimento de los más desfavorecidos, el derroche innecesario de fondos públicos mientras existe paro y necesidad, y tantas y tantas corruptelas. Mientras tanto siguen engañando y embaucando al pueblo otorgándole concesiones caprichosas convertidas en “derechos” (incluso criminales como el “derecho al aborto”) y el pueblo no se da cuenta que esos “derechos” se convierten así en concesiones graciosas (esto es, tiránicas) que el poder les  otorga y dejan de ser connaturales al hombre.
En resumen nuestra democracia se está corrompiendo de manera alarmante y su degradación, si pronto no se pone remedio, puede llegar a ser total.
La raíz fundamental de los problemas, las injusticias, el enriquecimiento de muchos a costa  del empobrecimiento de otros, la deshumanización que padecemos, es la falta de amor, en que nuestra vida debe realizarse en el amor al otro. La lucha por la sagrada dignidad de cada persona tiene que convertirse en vida cotidiana, en tarea central y esencial para vivir humanamente. Decía Guillermo Rovirosa, fundador de la HOAC  (Hermandad Obrera de Acción Católica), que “todo lo que existe en la tierra es para el hombre y el hombre es para Dios. Nos enfrentamos, por tanto, con los que quieren posponer el hombre al dinero, o al Estado, o a la economía, o a la producción”.
Como decimos antes, todo radica en la falta de amor, de ese amor concreto de tratar al otro con justicia, de ser justo con él. ¡Cómo cambiaría nuestra sociedad,  nuestro mundo y nuestra vida si realmente en la práctica reconociéramos la sagrada dignidad de la persona y pusiéramos en primer lugar, siempre y sin excusas, a las personas!
Si queremos cambiar el mundo y construir un mundo mejor tenemos que hacerlo a la medida del ser humano.
Solo si buscamos construir la vida y la relaciones sociales desde el amor al prójimo, desde el reconocimiento al otro, desde las necesidades de los otros, desde la justicia debida a los empobrecidos, solo entonces construiremos lo que necesitamos, un país más justo, un Estado más solidario y unos gestores y políticos más íntegros y honrados.

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